Desazón: Disgusto, pesadumbre, inquietud interior.
No se trata de buscarle tres o cinco pies al gato, pero esta persistencia del gobierno en la inacción ante la crisis económica no hace otra cosa que producirme desazón.
Las últimas noticias nos avisan del crecimiento, durante el mes de abril, del porcentaje del déficit. Todas las medidas que tomó el ejecutivo, a las órdenes del coach Mariano Rajoy, con el negativo efecto sobre el empleo, la salud, la educación, el poder adquisitivo, el bienestar de los ciudadanos en definitiva, perseguían reducirlo -el déficit- y generar empleo.
Aún habiéndonos creído que así sería, no soy de los desengañados pues jamás fui engañado, la prolongación de la crisis sin un claro horizonte de mejora hace necesario que desde Moncloa nos hablen de objetivos y plazos concretos para su cumplimiento.
No veo que el Presidente del Gobierno, desde su comportamiento contemporizador con los problemas, aliado del dejar fluir de las cosas, que en el mejor de los casos acaban extinguiéndose por razón de su propia naturaleza, vaya a salir de su estado de letargo para cambiar el rumbo y ritmo de los acontecimientos.
Le imagino un ferviente creyente en la Providencia, que tiene prefijado el ser y el futuro de las personas. Quien en este escenario logra progresar y triunfar lo hace de manera predestinada. Nada más fácil, desde esta perspectiva, que asumir el estar investido de poderes divinos y tener encomendada una misión que llevar a término: "...hago aquello que tengo que hacer...".
El resto de ciudadanos, que no hemos sido tocados por ese don, que no hemos recibido la llamada ni el encargo de misión alguna, hoy más vasallos que ciudadanos, debemos someternos ciegamente al dictado de nuestro adalid. Ay de aquel que ose cuestionar sus máximas y consignas: Será condenado a la invisibilidad, al olvido. Arrojado a la Gehenna.
En este determinismo fatal no tienen cabida los conceptos de libertad, legalidad o fraternidad. Establecido el orden teocrático no queda más que someterse o morir. Eso sí, empobrecidos, humillados y estigmatizados por ello.
Alcémonos! Digamos, de manera rotunda, que somos libres y dueños de nuestro propio destino. Sólo así lograremos dejar el campo baldío de los sometidos para llegar a la sazón de un futuro por nosotros construido.