Días sin línea. No por falta de eventos si no por saturación.
Me viene a la memoria la sensación de desasosiego que sentí, un mañana de calma chicha, embarcado en un llaut. La superficie del agua lisa, como un espejo, sin línea de horizonte, desorientado
Así, en esta vorágine mediática, me siento ahora: Sin horizonte. Aquella mañana el espejo de la mar sólo se veía alterado por el burbujeo ocasional de las medusas.
Hoy burbujeos de cambio, contenidos. ¿O la contención percibida lo es por haber superado el umbral de excitación?
En realidad soy testigo de una época de cambios. De un enfrentamiento, como en las mejores novelas épicas, de las fuerzas del bien y del mal.
División maniquea que me repatea. La naturaleza humana es mucho más compleja, y rica, que la adscripción unívoca de un individuo a un grupo.
La biodiversidad nos ha provisto de tantos rasgos que resulta difícil hallar dos seres de esta singular especie idénticos.
La consciencia, su problemática aparición y su mistérica finalidad, nos permite pensarnos a nosotros mismos como un yo, pero, más allá de esa introspección, nos faculta para mirar y reconocer a otro yo.
Quizás el reconocimiento del otro precedió al del propio yo.
Es el momento de reconocernos como seres sociales e interrelacionar como tales.
Fuimos hechos para agradar a los demás pero, tal vez más importante, para satisfacer a los demás.
Difícil equilibrio. Crezcamos juntos. Sin cuchilladas traperas. Alimentando la norma que previene y evita la rotura de los individuos y el grupo. Lo que tantas veces he nombrado ya: La homeostasis sociocultural, inscrita en nuestra epigenética, que nos permite avanzar a pesar de la incertidumbre.
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