Por degradarnos de ciudadanos (habitante de las ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país) a súbditos (sujeto a la autoridad de un superior con obligación de obedecerle) ; por excluirnos de los derechos de la estirpe, a la que, de existir, no sabemos cómo llegó a pertenecer a ella; por convertirnos de sujetos de derecho a la salud a beneficiarios en función de la cotización.
Por distraernos el "estado social y democrático de derecho" que es España. Por recortarnos derechos laborales; por dificultarnos el acceso a la justicia; por hurtarnos una educación cuyo objeto sea "el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales"; por adulterar la libertad de enseñanza.
Por hacer de la equidad, de la igualdad, una farsa. Por mentir en relación al señor Bárcenas; por financiarse su Partido Popular de manera obscura e ilegal.
No caeré en la fácil y monótona consigna que ustedes utilizaron en contra del señor Gonzalez. No le pediré que se vaya.
Debería, señor Rajoy, replantearse objetivos nuevos y distintas estrategias en su política, recuperando su inspiración en el Humanismo Cristiano, en las obras de misericordia y en la parábola del buen samaritano.
Y si, en este tiempo pascual, no se produjera en usted la esperada metanoia paulina, la conversión necesaria, tenga la sensatez de retirarse a reflexionar y cuestionarse cuál es el bien que quiere para sus conciudadanos.
Ciudadanos que "en uso de su soberanía", desde una mayoría electoral, le invitaron, al dictado de la Constitución, a "establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos integran España, garantizando la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo, consolidando un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular, protegiendo a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones, promoviendo el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida, estableciendo una sociedad democrática avanzada, y colaborando en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra" (Preámbulo de nuestra Constitución, que no por tener treinta y cinco años resulta menos vigente y actual).
Mejor piense en la extrema fragilidad de nuestras vidas personales, en la pequeñez que suponen ante la extraordinaria y larga existencia de la especie humana y, mayor aún, ante la edad del Universo, en el cual ni siquiera sabemos si como hombres vamos a tener algún papel a jugar, a no ser que someter al prójimo y deteriorar la Tierra sea algo deseable.
Solo instalados en la humilde conciencia de nuestra intangibilidad como seres humanos podremos permitirnos la capacidad, quizás presuntuosa, para hacer algo que perdure, más allá de nuestra inmediata satisfacción, quede en la memoria de los ciudadanos y deje huella en la historia del Cosmos.
Eso sería lo deseable para usted y para cualquiera que acepte guiar ese "breve momento del milenario paso de las generaciones" (mención literal, libremente traducida, del poema XXIV de la "Pell de Brau" de Salvador Espriu).
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