En el último mes he asistido a tres presentaciones de reforma constitucional federal. En Madrid a la del PSC (Partido Socialista de Cataluña), elaborada por la Fundación Rafael Campalans, y a la del PSOE-A (Partido Socialista Obrero Español de Andalucía), elaborada bajo los auspicios de la Fundación Alfonso Perales. En Palma de Mallorca una presentación, en clave mediterránea –Pere Navarro, Ximo Puig, Francina Armengol y Francesc Antich- de la antedicha del PSC.
Me pregunté en todas las ocasiones sobre qué tipo de mecanismo subyacía en este federalismo. No se trata, en nuestro caso, del procedimiento seguido por la mayoría de estados federales, que confluyeron y pactaron con una expresa voluntad de caminar unidos.
Tampoco creo que se trate de un proceso de devolución pues no todas las autonomías tuvieron antes algo que les fuera específicamente propio.
Me gusta pensar que se trata de un federalismo de emancipación: El reconocimiento de haber crecido juntos y el deseo, al alcanzar la mayoría de edad, de disfrutar de plena autonomía sin renunciar ni al solar común, ni al caminar codo a codo.
Como ocurre en las familias. Los individuos que alcanzan la edad adulta toman la decisión de vivir sus vidas sin dejar de pertenecer a la familia de origen, compartiendo los logros y afrontando las penurias.
En nuestro caso se trata de mantener un mínimo común denominador en la estructura federal que ni encorsete por una excesiva intervención, ni que las diferencias se conviertan en arma arrojadiza contra el vecino en lugar de ser un gesto de hermandad.
Debemos y podemos formular normas y leyes que mantengan la cohesión del grupo -hoy de ámbito geográfico mayor y de características personales biodiversas- prevengan su rotura y, de producirse, sean capaces de reparar y aliviar el daño.
Nuestra próxima federación esté, quizás, en la Galaxia, en el Universo.
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